Una pieza que se mueve entre lo emocional y lo estructural: una obra que traduce la sensibilidad contemporánea en acero. Su nombre proviene del francés larmes —“lágrimas”—, evocando la belleza efímera del movimiento, la caída, el reflejo. Cada elemento que compone esta joya parece una gota suspendida en el aire justo antes de tocar la piel.
El diseño parte de una cadena de eslabones diminutos en acero inoxidable, sobre la que descansa una composición de cápsulas metálicas pulidas, dispuestas de forma orgánica, casi como una constelación líquida. En un extremo, una perla mate irregular actúa como punto de anclaje visual y simbólico: la imperfección perfecta, la pureza que dialoga con la textura fría del metal.
Su dualidad —entre brillo y opacidad, geometría y fluidez— convierte a Larmes en una joya que no solo adorna, sino que narra un estado emocional. La superficie reflectante de sus cápsulas capta la luz en múltiples direcciones, generando destellos que cambian según el movimiento. Mientras tanto, la perla absorbe parte de esa luminosidad y la devuelve con un resplandor tenue, como un suspiro visual.
Fabricado en acero, su estructura ofrece una resistencia impecable frente al tiempo y la oxidación. Cada pieza ha sido ensamblada a mano, asegurando un equilibrio exacto entre peso, caída y durabilidad. El cierre tipo lobster clasp con extensión ajustable permite modificar la longitud para adaptarse tanto a un escote alto como a una composición tipo layering con otras piezas metálicas.
Larmes pertenece a una nueva generación de joyas escultóricas: no busca la perfección simétrica, sino la belleza del azar. En la narrativa estética de etêrnea, representa el renacimiento del acero como materia poética: fría al tacto, pero profundamente emocional al reflejar la luz.
Llevar el Collar Larmes es un gesto de introspección y presencia. Una forma de decir —sin palabras— que la sensibilidad también puede ser fuerte.